Convencidos o Convertidos


El diccionario define como convicción la seguridad que una persona tiene acerca de lo que piensa y siente como verdad.
En lo que atañe a las cosas que se refieren a Dios y a nuestra relación con Él, apelamos a las palabras del mismo Señor cuando dijo: “(…)yo soy la verdad” Jn. 14:6
Cuando hay una verdadera seguridad en el Señor, damos por hecho que lo que el Señor dijo lo mantenemos en nuestro corazón y nada podrá hacer que ese principio salga de nosotros. SOMOS CONVERTIDOS.
Pablo envuelto en la misma convicción pudo decir: “porque yo sé a quién he creído” (2ª Tim. 1:12), indicando la fuerza que había en su corazón para mantener esas verdades y la firme decisión de exponerlas delante de quien fuera.

Cuando en nuestro corazón rebozan las convicciones acerca de la palabra de Dios, no vendemos nuestra convicción ni la cambiamos por nada, por valioso que esto sea.

Ejemplo tenemos en la Biblia de un José frente al acoso sexual de la mujer de Potifar, de Daniel frente a las exigencias del jefe de los eunucos, de Job frente a las demandas de su impía mujer y de Pedro frente al soborno que le alcanzaba Simón el mago incitándole a ganarse un dinero a costas de la obra de Dios.
Ni José, ni Daniel, ni Job ni Pedro cambiaron sus principios ni convicciones, por interesante que la oferta del Diablo les pareciese. Ellos prefirieron la cárcel, la escasez, el dolor y el vituperio antes que cambiar aquello que como legado les había dejado Dios.
Fue eso, el mantenerse firmes, lo que les dio la victoria.
Muchas veces a los pastores nos llegan momentos en que tenemos que definirnos, pues las circunstancias que nos rodean así lo demandan.
En los primeros once meses de mi trabajo como pastor en Buenos Aires, tuve que luchar contra la dureza de corazón de la gente y ver que en todo ese tiempo solamente tuve dos creyentes que eran quienes me alentaban y sufrían a mi lado el ver que la gente no se convertía.
Las ofertas estaban a la puerta, las sugerencias no faltaban y las voces que pretendían ser de ánimo estaban en mis oídos diciéndome que yo podía hacer que las cosas cambiaran...
El asunto grave de esto era que, las cosas podían cambiar, las almas iban a venir, pero yo tenía que cambiar el mensaje que hasta ese momento venía predicando, pues -decían- "es un mensaje muy duro para la gente de esta ciudad".
Entendí de inmediato que era una estrategia del Diablo para hacerme caer de la gracia de Dios; pero me mantuve firme en los principios de doctrina y santidad.
Hoy 20 años después puedo decir que valió la pena. No cambiamos el mensaje, no devaluamos nuestras convicciones y mantuvimos firmes nuestras maneras de pensar.
La idea que el Diablo quiere introducir en la Iglesia hoy, es que si hacemos unos cambios leves, la gente va a venir y la Iglesia va a fortalecer su membresía. El gran problema es el costo que hay que pagar en valores morales, los que hay que entregar a cambio de esa supuesta prosperidad numérica y del prestigio que nos puede alcanzar.
Por eso y coreando a uno de nuestros predicadores centro americanos, (Rev. Carlos Guerra) decimos:
"Aunque pasemos necesidades,
Aunque la congregación no crezca,
Aunque nuestro templo sea precario
Aunque nos vean antipáticos
Aunque nos llamen legalistas
Aunque digan que nosotros no innovamos
Aunque seamos discriminados
NO VAMOS A CAMBIAR
Cristo viene pronto y debemos estar listos para que nos encuentre "
“haciendo así” Mat. 24:46
Con amor en el Señor
Ptor. Ismael Parrado
Enero 2/2013

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